jueves, 10 de mayo de 2012

Queridos tertulianos de la habitación vacía:
Hoy me he enfundado uno de esos vaqueros que parece que pierden centímetros con cada paso. Me he ganado unas cuantas miradas de reprobación de la señora del bus y, para felicitarme por hacer tan bien mi trabajo, he subido el volumen de la música. Sin abrir la boca, he mandado a la mierda al del traje de chaqueta de la primera fila y, con el pantalón bien aferrado a la cintura, me he vuelto a embarcar en esa neblina de 1984. Una fotografía sin rebelar de nuestro futuro. 

Era la reina de la linea 145. Pletórica como hacía siglos, presumiendo hasta del sudor que me perlaba la nuca. De repente, me he vuelto débil. Una alucinación ha cruzado el autobús y se ha sentado un par de filas por delante. Gafas de pasta, camisa abierta. Como decía, una locura, otra coincidencia que casi rompe mi fachada de femme fatale. Pero, aunque no eran tacones, he perforado el suelo con mis converses al pasearme por el monstruo amarillo, hasta abandonarlo con una sonrisa que ni yo misma sabía que guardaba. 

Y allí, mi siguiente archienemigo. Subo los escalones acuchillando al alquitrán, instinto puro. Casi me echo a correr en mitad del puente, cuando parece que va a romperse, pero aquello terminaría otra vez con la reina de los vaqueros. Me he perdido entre edificios de grisácea felicidad, hasta que, como siempre, he terminado por encontrarme en las primeras letras del abecedario. A la sombra de un enorme árbol que intentaba ligar conmigo lanzándome pequeñas semillas y con las piernas cruzadas, no podía ser de otra manera, he descubierto la mayor de las traiciones al pobre Winston mientras en mis oídos resonaba el No tingues por

Y luego el reloj ha retorcido sus minuteros hasta convertirlos en la única sonrisa que podría ganarme un día como hoy. Y claro que me ha ganado. A la mierda la actitud, la música para ahuyentar los pensamientos y las portadas que dan buena impresión. Me ha ganado como hace siempre. Hemos paseado por el campus más perfecto y gris, con una bomba atómica asesinando a 10 minutos y barricadas en pancartas. Como siempre, hemos convertido lo fácil en lo difícil, y lo difícil en un asalto a la carretera. 

Como cuando asaltamos tu habitación, con piratas incluidos, y me robas las cosquillas, la risa, y hasta el aliento. Y yo ya no puedo robarte ni la siesta. Y sé que si me callo, apretarás todavía más tu mano contra mi cintura, y entonces estaré perdida. Pienso hundirme en esta cama, y te llevaré conmigo a cualquier parte si te acercas un sólo centímetro más. Pero eso sería una locura, una de las de verdad. Así que firmemos una despedida. 
Fundirme en tus brazos con el tranvía a unos metros. 
Promesas en cintas de cassette. 
De esas que sólo entendemos tu y yo, de las que se firman sin palabras porque da miedo poner título.