martes, 2 de abril de 2013

CON LA MÚSICA (Y LAS LETRAS) A OTRA PARTE


Tras años tratando de etiquetarlos, encasillarlos y separarlos he decidido que todos mis textos (los de aquí y los de allí) merecen crear su propio caos, juntos, y no separados cruelmente bajo un nombre que no los representa. Porque por mucho que luchemos por separarlas, ficción y realidad son sinónimos para quien escribe.

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domingo, 10 de febrero de 2013

Queridos tertulianos de la habitación vacía:
(Hay quien lleva demasiado tiempo esperando mi manera de contar las cosas. Pero es que últimamente me he dedicado a la propaganda inútil. A vender y a comprar, a la corrupción y la especulación. Últimamente me he colapsado, me he llenado de ilusiones, de pequeñas chispas de esperanza, sabiendo, por supuesto, que no saldría con la mía.) 
Me dispongo a crear una ley desleal, una declaración de los derechos de lo absurdo, un código civil que vaya más allá de las caricias en la nuca:

(No es algo que haya descubierto ahora, pero siempre tuve un poco mucho de idiota, un tanto de autodestructiva y tres cuartos de locura que, deduzco, heredé de sus caderas. He aprendido que sé ir más allá de la puta pared de hormigón que me había acostumbrado a fabricar cada vez que algo no salía tal y como esperaba. Que derribarla no era la odisea que imaginé en mi cabeza, que no era tan difícil abrir la boca y decir algo más de lo que me había dedicado a decir hasta entonces.)
Niego las medidas del tiempo, pura agonía condensada en la arena de los relojes. La asamblea ejecutará al mañana y al ayer. Etiqueto, aunque odie encasillar, al tiempo como a un período que no terminará y sobre el que no se pueden firmar hipotecas de por vida. Al ciudadano que se pierda en los segunderos se le retirarán todos los demoníacos enlatadores de tiempo. 

(Me he perdido. Hace tiempo que me perdí, pero no supe admitirlo. Es porque ya no pienso. Ya no me escribo, ahora sólo escribo. Por una especie de necesidad absurda, por saber que lo leerás. Y es cómo si hubiese olvidado crear una línea a la que seguir. Porque cualquiera que encuentre mis notas creerá que cientos escriben en esa libreta, porque no hay más de dos palabras que se escriban para la misma historia.  Es como si no tuviese nada que contar. Nada. Asusta pensar que no hay nada, que cada día me parezco más a un estúpido maniquí.)
Proclamo el pensamiento silencioso y la multi-posesión de almas como delitos contra la libertad. Todo aquel insensato que se atreva a convertirse en ladrón de voluntades será sepultado bajo los escombros de la vida que robó.

(Ni recuerdo la última vez que una sonrisa esquiva apareció mientras cerraba un libro, cuando me costaba respirar al llegar a los últimos fotogramas de alguna película. No me reconozco en ningún lugar. Me siento muriendo poco a poco, en cada centímetro de la cárcel de inexistencia que fabriqué no sé ni qué día. A veces vuelvo, o eso creo. A veces me parece que puedo perderme en cualquier mirada sólo porque supe hacerlo en la tuya. Me devuelves la paz, la guerra de los pensamientos, la lucha de guerrillas que tanto adoro. Porque me cuesta cerrar los ojos, pero tienes demasiado fácil encontrarme las cosquillas. Así que es inevitable que te sonría.)
Declaro la vida una sucesión de reencarnaciones en efímeros personajes cada día más insustanciales. Nos convierto en secundarios de nuestra propia narración, en el Dios que dicta sentencia ante un mundo que no le escucha. 

(Siempre me vienen a la mente las montañas rusas, enormes monstruos de hierro retorcido que se empeñan en acelerarme las pulsaciones. Me imagino en el primer vagón, en un tren desierto sin destino. Camino a la nada y sin cinturón de seguridad. Noto como vibra la chapa a la que intento aferrar mis pies, y mi tren de soledades comienza su suicidio en forma de recovecos hacia el vacío. Y de repente subo, tanto que es inevitable despegar los pies del suelo. Grito como si nadie escuchase (y es que, realmente, viajo sola) y creo que no dejo de reír hasta que una curva pretende estrellarme contra una realidad decadente. Tras unos cuántos bailes de pulsaciones, y otros tantos roces contra el suelo llego a un túnel. Hay relojes que se derriten en las paredes, y miradas que me persiguen. Me imagino como Amélie, asediada por un esqueleto que no deja de rozar mi cuello, pero ni una siniestra brisa se atreve a cruzar en esa oscuridad. Los raíles desaparecen y me encuentro sin rumbo.)
Perder el norte no se considera una opción si nunca lo has encontrado.

(Con la muerte por bandera, si es que hay que elegir algún trapo al que aferrarme, me dedico a que todo arda a mi alrededor, sin sentir si quiera un ápice de calor. Lucho contra el conformismo, atada a un rascacielos, en lo alto de la ciudad del consumismo. Rompiendo los amortiguadores, reventando los frenos de la velocidad y apartando el punto muerto de mi lista de prioridades.)
Queda prohibida la salvación. Se niegan las evidencias, se vende el sueño y se promulga el derecho a hacer volar la ciudad por los aires.

(No es difícil darse cuenta de los días raros. Me sobran y me faltan más que nunca. Permíteme el detalle de llorarte, toda la tarde, mirando al techo y esperándote, sabiendo que hoy no vienes. No sales de mi estómago, sólo para hundirte en mi pecho. Nadie miente como tú, mentiras frágiles que te cuesta pronunciar. Te vendes al mejor postor, eres, como diría Sabina, una cenicienta de saldo y esquina.)
Se decretan las ordenes de acercamiento para aquellos cuyo aroma haya invadido los sueños de sus víctimas. Esta pena no se computará por ninguna otra y la quebrantación de la misma supondrá el destierro al barrio del olvido.

Por último, y debido a la situación actual, se privatizan las penas del genuino inventor de estas palabras, porque ya no nos son rentables. Se recortará en silencios de rabia y aumentará la partida dedicada a ese momento de la vida que Will Smith quiso nombrar felicidad. 

martes, 8 de enero de 2013


Queridos tertulianos de la habitación vacía:
Los acordes de la canción más pacífica que he escuchado jamás inundan la habitación y empiezan a juguetear con las manchas de tinta de la pared. Mi homenaje a la libertad, ese montón de pájaros y la enorme pluma que los hace crecer, parió entre risas y escalones un suelo perlado de historias, vacías, de polímeros de carbono. No recuerdan un antes y han vivido el después aferradas a la pintura que hicimos que desbordase las esquinas mientras me vigilabas desde la escalera. ‘Did you ever know that you’re my hero?’

Creo que nunca han visto el sol. Soy tan egoísta, tengo encerrada a la idealización de la libertad, rodeada por mi cama y por los cinco universos que solía llenar de vida, rotuladores y ese regalo que sigue empaquetado donde lo deje la última vez.

Sólo mis pobres prisioneros saben cuántas veces intenté escribirte, regalarte un todo para que me devolvieses esa mirada de luna llena y la sonrisa gatuna que me iba matando en cada calle que nos cruzábamos. Y eso que nunca nos cruzamos en ninguna, porque supiste desaparecer como buen felino. Sólo ellos han tenido que soportar como asesinaba a gritos, una tras otra, todas las canciones que llevaban tu nombre y que, irremediablemente, sigo cantando de vez en cuando.

Y debe ser el puto frío, las hormonas o los cafés que me sobran de tanto odiar a los vectores; pero lo cierto es que hoy has vuelto. Has dejado las maletas a la entrada y el tabaco, el papel y unos canutos sobre la mesa; fuera olvidaste el adiós de aquella cena, el “¿Sabes? Esto sería la puta hostia si estuvieses aquí”, las ganas de vivir que me vendiste el primer día, y las lágrimas que supiste salvar en el último instante, cuando iban camino de morir en el acantilado de mi mandíbula, la segunda tarde. Por el pasillo se han ido perdiendo tus miedos a los aviones, y las confesiones vía SMS. Cuando has llegado a mi habitación todavía te quedaban los chicles de menta, la impuntualidad y la costumbre de comerme el cuello por cada mirada al vacío que llevaba tu nombre. Te has paseado entre las fotos de rostros que no sabrías reconocer, y has buscado en la estantería por si aún me quedaba algún libro de los de sangre y colmillos, de los tuyos. Cuando has llegado hasta la cama me he dado cuenta que lo único que no había cambiado era el tatuaje de tu espalda, que, por lo demás, eras un extraño dispuesto a hundirme con demasiadas letras y pocos suspiros. Así que lárgate.

Gracias a Lennon, por la canción; y a los prisioneros, por la inspiración. Y a los porros, por desaparecer, como el humo que salía de tus labios cada tarde, y por el miedo que me provoca que cada calada lleve tu nombre. 

miércoles, 2 de enero de 2013


Queridos tertulianos de la habitación vacía:
Siento decepcionaros, ya sé que lo hago continuamente por otras razones, pero hoy no escribo para vosotros ni, por supuesto, tampoco para mí. Escribo para alguien que me conoció cuando era más cría por fuera que por dentro, no como ahora.  
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Así pues, a mi ángel de alas plateadas:
Podría cansarme de contar las veces que he cerrado los ojos y simplemente he deseado que al abrirlos estuvieras ahí, dispuesto a repetir todas tus batallas, por terribles que fuesen, con una sonrisa en los labios sólo para rescatar a la mía de la puta oscuridad. No es que sea difícil hacerme sonreír, es que nadie consigue embotellar la esencia de mi felicidad así como tú lo haces.

Verás, lloro por muchas razones. No, tranquilo, todo va bien. Pero ya sabes cómo soy. Ya sabes de que van esos días inútiles en los que quiero desaparecer (como hacías tú, ¿recuerdas?). También he llorado con cientos de películas, unos cuántos libros y un par de canciones. Y sí, aunque lo odie, también he llorado por algún que otro gilipollas. Pero cuando lloro por ti es porque sonreír se me queda corto. Porque, joder, en mi vida me han dado unos abrazos como los tuyos, casi nunca me he creído los te quieros como me creo los tuyos, nunca han escrito sinceridad en cada sílaba que me decían, nunca como lo haces tú.

Y vale, puede que alguien piense que te tengo sobrevalorado. Que es porque la distancia (venga, aceptemos que no es tanto lo que nos separa, pero nos puede la perrería) nos hace acercarnos aún más, que nos hace ver sólo las cosas buenas. Pero es que, todavía no he visto nada malo en ti. Porque si alguna vez me has fallado, créeme, no lo has hecho, ha sido porque no sólo me necesitas a mí en la vida. Porque no todo iba a ser sólo cuidar de mí. Y eso está bien, joder tío, eso está de puta madre.

Que, ¿sabes? No me gusta incluir a demasiada gente en la lista del futuro, pero a ti te tengo en un primer puesto honorífico. Y me sobran las razones para que sigan ahí por muchos, muchos, muchos años. Porque en ti tengo al hermano mayor y al pequeño. Al mayor por cuidarme como nadie, por cada consejillo, cada mensaje de “Ei, sigo aquí, para todo. Te quiero” y al pequeño porque cada vez tienes cien nuevos rasguños que explicar, un par de chistes malos que contar mientras, expectante, escuchas cómo me parto de risa y alguna frase tonta que decirme con vocecitas cada día más raras.

Pero no te cambio. Por nada. Nunca lo haría.
Te quiero.