Queridos tertulianos de la habitación vacía:
Prueba a hablar de inspiración entonces. Cuando te enfrentes a un folio en blanco, desafiante, con cientos de letras carcomiéndote por dentro y ni una sola plasmada sobre el papel. Cuando la tinta de todas las verdades que no escribiste te inunde los pulmones, y te prohíba respirar como tú le prohibiste a ella hacerse eterna.
Prueba a hablar de inspiración entonces. Cuando te enfrentes a un folio en blanco, desafiante, con cientos de letras carcomiéndote por dentro y ni una sola plasmada sobre el papel. Cuando la tinta de todas las verdades que no escribiste te inunde los pulmones, y te prohíba respirar como tú le prohibiste a ella hacerse eterna.
Como esa gente que niega la intuición, como si no viesen cada mañana las
nubes rasgando el cielo, el sol rompiendo sueños, mientras les escriben
porciones de una vida que no sabrán comprender.
Como los recuerdos, y las cicatrices.
Canciones para cada estación, para cada parada y cada descanso. Para
cada boca de metro que te adentre en un país subterráneo. Unas puertas que se
abren frente a ti, un cúmulo de soledades buscando un asiento en el que
respirar, un respaldo sobre el que apoyar una espalda que sigue añorando unas
manos que la desnuden.
Y que nunca sepan si mientes,
describes o recuerdas lo que dicen tus palabras. Que sólo puedan creerlas como
si fuesen una doctrina impugnable. Convertirte en el papel sobre el que
escriben sus dudas.
Ser el reverso inmaculado de una fotografía que sigue, y seguirá,
guardada en cualquier cajón. Porque no venderás la eternidad de tu mirada
capturada en esa cuartilla, esperarás a poder regalarla. A querer hacerlo. A
tener algo que escribir es ese reverso que te desafía como lo hacen todos los
vacíos.
Y los silencios, inmaculados. Sobre esos sí que no tienes, ni quieres
tener, nada que escribir. Porque la voz te sobra cuando te falta valor, pero
enmudece cuando por fin encuentras algo que decir.
La arena de la playa, y los silencios sobre el mar. Infinitamente
minúsculas, apenas un electrón alejado de demasiados átomos que no supieron
serlo. Neutrón, sí, mejor así. Miles de ojos observando, apoyadas sobre las
rocas con las que esa misma mañana habíamos iniciado una terrible guerra que se
resolvió por la tarde, entre cenizas y carcajadas.
Y el agua, sobre la que muchos quisieron escribir, atravesar su
cristalina portada. Apenas supieron arañar una superficie demasiado pura como
para ser violada por esas palabras.
Cartas por abrir. De esas aún no tengo, todo son sobres vilmente
despedazados. Escribía sobre un mundo al que ni siquiera nos habíamos
enfrentado. Y lo hacía como si fuese su vida la que contaba.
Sobre los callejones no supo escribir nada, pero ya te encargaste de
encontrar todas las historias que se escondieron bajo la grava y las hojas secas.
Las que no has sabido encontrar aún son las que escondes tras tu sonrisa, esas
que, a veces, te resbalan desde los ojos y se pierden en tu clavícula, porque
nunca has sido de frenar algo que no empezaste. También las que despiertan
cuando te susurran cualquier palabra, cuando se acercan demasiado.
Sigues siendo tantas palabras por
escribir, tantas letras por liberar; pero no las dejas ir, como si te negases a
que te abandonasen, pensando que entonces, y esta vez de verdad, te convertirás
en el vacío al que tanto odias.
Y si sólo fuesen letras lo que te
come por dentro. Si fuera sólo esa puta
costumbre de escribirme en segunda persona, cuando no es en tercera; como
si no pudiese ser la primera, como si no hablásemos de mí. Como si ahora,
hablase contigo (sin saber quién eres tú ni tampoco quién soy yo).