lunes, 23 de enero de 2012


Queridos tertulianos de la habitación vacía:
Desde las tapas, convertidas en una especie piscina de agua clara, donde se veía crecer un árbol de la pantalla de un portátil, colocado frente a unos pies, como no, descalzos, hasta las últimas líneas en las que la autora confesaba como, año tras año, se deshacía de todo aquello que no necesitaba "el hombre es rico en proporción a la cantidad de cosas de las que puede prescindir". Allí conocí a Thoreau, entre festivaleros de U2 y recuerdos con olor a cosmética de lujo, pero también a Larry. 
Saboreo las palabras con las que empiezas a meterte en su mundo. Te atrapa.

Ponte los vaqueros Gap, la camiseta Nike, las Reebok (o quizá las Converse, si consideras que te dan un aire irónico y enrollado a lo Kurt Cobain). Toma tu mochila Adidas, ve al instituto montado en la Razor, bébete un Poland Spring, cómete una powerBar, escribe un trabajo en tu iMac, enfúndate el chaquetón Ralph Lauren. Cómprate el último CD de Tower, consulta el identificador de llamadas para ver quién telefonea, cómete unos Doritos, tómate una Coke. Mira la tele hasta quedar anestesiado.


Y ahora aparezco de nuevo atrapada, con los pies delcalzos por muchas riñas, constipados y calcetines grises de por vida que eso conlleve, pero esta vez por el grande, por Thoreau, quién inspiró a Larry en su aventura y me inspiró en tantísimas otras cosas. Desobediencia civil. No terminaría de contar lo identificada que me siento.


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