Queridos tertulianos de la habitación vacía:
Lucharé contra la rutina, pero no
por ti. Lo haré por mí, porque cualquier detalle me cambia el mundo. Y me gusta
tocar los cojones a ese supuesto Dios, y si se tercia al resto del mundo, hacerle
pasar los fotogramas a toda velocidad. Esa es una de mis rarezas. Hay unas
cuantas más, como aquello de dar consejos sobre algo que jamás puse en práctica.
Que ya me he sacado de contexto más veces de las que nadie podrá sacarme, tal
vez porque no me deje o tal vez por dejarme demasiado.
Que yo siempre he sido
más de pajas, que de mentales. Más de risas, que de silencios. Y más de sentir,
que de decir.
Llámalo X, como si fuese otra
puta campaña publicitaria de las que te comerán la cabeza incluso cuando
duermas, si es que te quedan fuerzas para dormir. Noches de esas en las que los
pensamientos se te comen desde las entrañas hasta el sueño.
Pondría en práctica aquello de
que el fuego purifica, rápido y mal, pero tendría que procurar que no ardan las
cenizas si quiero mantener un mínimo de esa supuesta cordura que algunos se
empeñan en atribuirme.
Y escucho La Fuga y vuelvo a
aquella habitación, a los días en los que poca gente podía sacarme una sonrisa,
un poco por no ver el sol (por obligación) y otro poco por encerrarme entre
cuatro paredes a describirles lo idiota que puedo ser a veces (por intuición).
Y hemos demostrado la teoría,
aquella que tenía clara, pero que pensé que podía ser diferente: Que los juegos
hay que saber jugarlos. Ojalá 3000 trenes chocando, mucho
humo, mucho ruido, una explosión y después la nada. Para que así el vacío
dejase de ser sólo existencial.
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