jueves, 1 de septiembre de 2011

Queridos tertulianos de la habitación vacía:
Es curioso como pasa el tiempo. No es deprisa, no es despacio, simplemente pasa. Es como el amor, pasa, nos parece todo rápido, queremos todo lento, y se va. Y duele cuando desaparece, se marcha de golpe, mientras duermes; y te acaricia con la mirada por última vez, y te coloca el pelo detrás de la oreja y se marcha. Se esfuma como lo hace el humo de un cigarro en una habitación oscura. Se va.

Y a la mañana siguiente, te despiertas sin amor, y piensas, estoy vacía, no soy nada, no soy nadie sin él y te duele la cabeza, el alma y el corazón. No hay hambre, no hay sed, sólo quieres tumbarte y dejarte llevar. Y despertar horas después con los ojos hinchados y un nudo en la garganta, y cientos de llamadas y mensajes de voz, su voz. Y te da asco no sentir nada al escucharla. 

Rompes con todo, o rompe, pero nunca rompemos, ya no somos nosotros, somos tu y yo, dos mundos diferentes que, de algún extraño e inesperado modo, han acabado siendo uno. Lo haces complicado, ¿no ves? 
No somos nada, no hay nada, no me siento infinitamente pequeña cuando te miro a los ojos, me siento idiota, no siento un cosquilleo cuando rozo tus labios, es lástima, miedo, es el sabor del fin, no existe complicidad, no adivino tus palabras, no quiero escucharlas, no me interesan. Es egoísta, soy egoísta, por primera vez estoy a tu lado y no eres mi mundo. Y lo odio. Y a ti, a ti sólo sé que ya no te quiero. 

Semanas después se me comen los recuerdos, las fotografías y las jodidas pulseritas, se me comen los besos y tu perfume. Pero no te quiero, sólo te echo de menos, no quiero que vuelvas, no para hundirme otra vez. Fue bonito, sí, hasta el final fue precioso, una mierda, fue extraño y típico, fue mil cosas y ninguna. 

Y el fuego purifica.

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